Lucas Berruezo
234 páginas
Novela

No tenía ganas de hablar del tema, y menos con su padre. ¿Qué podía saber de la colimba alguien que no la había hecho? Tal vez ése era su problema: estaba rodeado de personas que se habían salvado. En cualquier otra familia, de seguro, hacerla era más natural que salvarse. 

En la suya, como siempre, ocurría lo contrario.

—Te va a forjar el carácter —continuó José María—, te va a hacer más fuerte y más aguerrido, y cuando te quieras acordar ya vas a estar en casa. Tomátelo como unas vacaciones.

 

Los modos de habitar el mundo en la década de 1970 en Argentina han sido a menudo esencializados a partir de grandes trazos. Por el contrario, hay quienes para contar focalizan el relato en detalles mínimos, en gestos, en historias de vida que atrapan a los lectores y los vuelven partícipes. Es el caso de Berruezo. En Colimba elige narrar un momento atroz en la existencia de un muchacho de clase media del oeste del conurbano bonaerense y situarlo en 1975, un año clave de la escalada de violencia estatal, coronado por un episodio histórico que culmina con una Navidad trágica. Terror y Estado, justamente, se anudan en una tensión que condensa muy bien la figura del “colimba”, atrapado en los mecanismos de control de las masculinidades y en el uso castrense de los cuerpos jóvenes. 

Walter descubre, mientras cumple ese servicio militar obligatorio al que lo someten por ley, qué callar, qué acatar, cómo enquistarse en su mundo interior para sobrevivir. Aprende a fiarse más de lo fantasmal que de una realidad horrorosa. Entenderá, también, que la verdad no es parte del relato oficial y que los marcos éticos se derrumban en situaciones límite. ¿Quién es el monstruo?, esa pregunta que una y otra vez se hace la literatura de terror, se reformula en esta novela que combina el detallismo exacerbado del realismo con los elementos más perturbadores de la ficción gótica.

 

Sandra Gasparini

Colimba - Lucas Berruezo

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No tenía ganas de hablar del tema, y menos con su padre. ¿Qué podía saber de la colimba alguien que no la había hecho? Tal vez ése era su problema: estaba rodeado de personas que se habían salvado. En cualquier otra familia, de seguro, hacerla era más natural que salvarse. 

En la suya, como siempre, ocurría lo contrario.

—Te va a forjar el carácter —continuó José María—, te va a hacer más fuerte y más aguerrido, y cuando te quieras acordar ya vas a estar en casa. Tomátelo como unas vacaciones.

 

Los modos de habitar el mundo en la década de 1970 en Argentina han sido a menudo esencializados a partir de grandes trazos. Por el contrario, hay quienes para contar focalizan el relato en detalles mínimos, en gestos, en historias de vida que atrapan a los lectores y los vuelven partícipes. Es el caso de Berruezo. En Colimba elige narrar un momento atroz en la existencia de un muchacho de clase media del oeste del conurbano bonaerense y situarlo en 1975, un año clave de la escalada de violencia estatal, coronado por un episodio histórico que culmina con una Navidad trágica. Terror y Estado, justamente, se anudan en una tensión que condensa muy bien la figura del “colimba”, atrapado en los mecanismos de control de las masculinidades y en el uso castrense de los cuerpos jóvenes. 

Walter descubre, mientras cumple ese servicio militar obligatorio al que lo someten por ley, qué callar, qué acatar, cómo enquistarse en su mundo interior para sobrevivir. Aprende a fiarse más de lo fantasmal que de una realidad horrorosa. Entenderá, también, que la verdad no es parte del relato oficial y que los marcos éticos se derrumban en situaciones límite. ¿Quién es el monstruo?, esa pregunta que una y otra vez se hace la literatura de terror, se reformula en esta novela que combina el detallismo exacerbado del realismo con los elementos más perturbadores de la ficción gótica.

 

Sandra Gasparini